Con En el centro de la tormenta, el experimentado director Bertrand Tavernier se decidió a abandonar el suelo galo por primera vez en su larga filmografía, para brindarnos un thriller que llega con casi dos años de retraso a las salas españolas.
Ataviada con ciertos tintes dramáticos, unas dosis de surrealismo (más cerca de los desvaríos propios de los Coen que los de Lynch), y una ambientación ubicada en un pantanoso pueblo del Luisiana post-Katrina, la película se presenta a sí misma como una adaptación de 16 novelas escritas por James L. Burke, en las que resalta el costumbrismo, los tabúes y los fantasmas del pasado (por lo visto) típicos de la sociedad sureña.
Es en este encuadre donde se desarrolla la historia, siempre narrada en off desde el punto de vista de Dave Robicheaux, un ex-alcohólico detective interpretado a la perfección por el sobrio Tommy Lee Jones. Sin duda alguna estamos ante uno de esos papeles. Hombre de ley, recio, de fuertes convicciones morales, leal a sus principios, y con aires justicieros propios del mejor western) que le sientan como anillo al dedo, y al que históricamente tan bien acostumbrados nos tiene, Véase No es país para viejos, En el valle de Elah, Los tres entierros de Melquiades Estrada, o El fugitivo.... ¿Encasillado? Nah! Y que dure.
A lo que iba, Robicheaux lleva la investigación de una oleada de crímenes indiscriminados hacia jóvenes prostitutas, y a medida que ésta avanza se irá topando con obstáculos en forma de corrupción y crimen que salpican de forma directa a diferentes estratos sociales (bien caracterizados por los secundarios Ned Beatty, John Goodman o Peter Sarsgaard) hasta, claro está, dar con la clave del misterio.
En estas tesituras, la película es un vaivén de ambientes y atmósferas cuidados que desprenden ligeras brisas del mejor cine negro clásico, de ritmo un tanto pausado, y que va perdiendo intensidad al excederse en la divagación con subtramas carentes de interés (la afamada estrella del espectáculo y sus problemas con el alcohol), o filosóficas conversaciones con la voz de la conciencia de David en forma de aparición fantasmagórica de un tullido general confederado, que no termina de encajar.
No obstante he de reconocer que la idea general, aunque poco sutil, resulta alentadora.
Y es que los tiempos no cambian. La eterna lucha entre el bien el mal es ya más vieja que la pirotécnia. El espíritu de la caballerosidad, la honestidad y la creencia en los valores de la justicia siguen vivos en los corazones limpios, por mucho que Betsy o Katrina se empeñen en enterrar.
En definitiva, un film correcto que pese a lo denso de alguna de las fases de la trama, y a lo previsible por momentos de la misma, no desmerece en absoluto.
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