El miércoles se estrenó en DVD Wall Street: El dinero nunca duerme y ya que mis padres no la habían visto aún, decidimos hacerlo a pesar de mis reiteradas negativas.
Sinceramente pienso que cuando un director decide hacer una secuela de una de sus películas más aclamadas, es o porque tiene una brillante idea o porque simplemente quiere aumentar sus ingresos. Y en este sentido, Wall Street 2, realizada 23 años después, se acerca más a lo segundo. El prestigioso, hasta ahora, director Oliver Stone se queda a medio camino en el intento, bastante pobre, de continuar una de las mejores películas de trasfondo económico de la historia.
Para mí, esta segunda entrega pierde el impacto, el cinismo y el espíritu crítico hacia el sistema económico de su antecesora. Parecen importar más esta vez las relaciones sentimentales entre los protagonistas y a la ética personal y profesional cuando la ambición está en el medio. Además, el gran tiburón de Wall Street y villano del cine de los 80 por excelencia, Gordon Gekko, pierde el fuelle y la fuerza propias de su anterior personaje. Aun así, lo que es innegable es la excelente realización del filme, a pesar de que tanta jerga financiera y bursátil pueda sonar a chino a más de uno.
La actuación de Michael Douglas como Gekko es aceptable aunque nada tiene que ver con la que le valió el Oscar a mejor actor en el 87. El tiburón parece que ahora tiene corazón y que el dinero y el poder ya no son lo único que le mueve. Gekko, con veinte años más, se ha vuelto blando y sensiblero. Su relación con Jacob Moore, interpretado por Shia LaBeouf, tampoco me ha terminado de cuajar. Creo que este actor se ha quedado atascado en Transformers y el papel protagonista le viene excesivamente grande. Lo mismo ocurre con Carey Mulligan, que tanto ella como su papel de Winnie Gekko resultan un tanto ñoños, insípidos e inexpresivos.
También tengo que admitir, que no todo es malo en este filme. Un punto a su favor, quizá para compensar la falta de fuerza, es el maravilloso cuidado por las escenas y los fantásticos giros y superposiciones de los planos. Resulta gracioso ver dibujado el índice del Dow Jones en las construcciones de Nueva York. A pesar del acierto del cameo del antiguo aprendiz, Charlie Sheen, y del propio Stone, la película está más que repleta de detalles sin sentido como absurdas metáforas, entre otras, la de unos niños jugando con burbujas de jabón que van a explotar; y lo que parece ser una “promoción de joyas”.
En definitiva, para mi gusto, la secuela de Wall Street es una película correcta, de guión aceptable y hasta entretenida, como tantas otras, si no se tiene en cuenta a su predecesora. Pero, si la tienes en mente, no le llega ni a la suela del zapato. La explicación de la situación económica actual se queda a medias y la trama se reduce a un melodrama basado en la venganza de un asustado Gekko y la reconciliación con su hija, para terminar con un final más que predecible.
Me da pena decirlo pero ha sido una pérdida de tiempo. Preferiría haberme quedado con el recuerdo de lo que un día fue Wall Street.
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